Carlos Manzo R., “El del sombrero”: crónica de un presidente cercano y sus causas con Uruapan
introducción: cuando un sombrero se vuelve programa de gobierno
En política, los símbolos pesan más que las cifras. Un pañuelo rojo, una guayabera, una corbata tricolor… En el caso de Uruapan, Michoacán, el símbolo no es textil ni metálico, sino un sombrero. Carlos Manzo Rodríguez, presidente municipal en el periodo 2024–2027, ha sido bautizado por su pueblo como “El del sombrero”. El apodo no es casual ni superficial: representa la manera en que la ciudadanía lo percibe, como un hombre que intenta diferenciarse de la fauna política habitual y acercarse a la gente con un gesto sencillo, casi campesino.

Pero, ¿qué hay detrás de esa imagen? ¿Un simple accesorio convertido en marketing o la expresión sincera de un estilo de gobernar? Para responder, hay que recorrer las causas que ha abrazado, los problemas que enfrenta y la relación contradictoria que mantiene con una ciudad compleja, orgullosa y herida como Uruapan.
El símbolo y la cercanía
El sombrero de Carlos Manzo no es de utilería; forma parte de su identidad. En los actos públicos, en las giras por comunidades, en las caminatas por las colonias populares, su sombra acompaña cada saludo. No es lo mismo estrechar la mano de un funcionario encorbatado que de un alcalde que viste como tus vecinos. En un México donde la distancia entre gobernante y gobernado suele medirse en kilómetros de protocolo, esa cercanía vale oro.
El del sombrero ha construido, desde los primeros meses de su gestión, una narrativa de proximidad. Prefiere los recorridos a pie, las reuniones en plazas y mercados, la conversación directa. La gente le agradece esa disposición a escuchar, aunque —y aquí la ironía inevitable— escuchar sea siempre más barato que resolver.
Uruapan, tierra fértil y herida
Hablar de Uruapan es hablar de paradojas. Es la capital mundial del aguacate, ese fruto que alimenta tanto a las familias campesinas como a los cárteles que lo monopolizan. Es cuna de tradiciones purépechas, con una riqueza cultural inagotable, y al mismo tiempo, escenario de violencia extrema. Es una ciudad que huele a pan de trigo recién horneado y a pólvora.
Gobernar aquí es como bailar sobre un volcán. Y Carlos Manzo lo sabe. Su sombrero no lo protege de los rayos del crimen organizado ni de las tormentas presupuestales, pero sí le sirve como escudo simbólico para recordarle al pueblo que sigue estando entre ellos.
Sus causas con la población
1. La seguridad: un paraguas roto bajo la tormenta
Ningún presidente municipal de Uruapan puede escapar del tema de la inseguridad. El del sombrero llegó con el compromiso de fortalecer la policía local, apostar por la proximidad ciudadana y coordinarse con el Estado y la Federación.
Ha impulsado patrullajes en colonias marginadas, programas de recuperación de espacios públicos y la instalación de cámaras de vigilancia. Sin embargo, el reto es titánico. Enfrentar al crimen desde un municipio es como intentar detener un río crecido con costales de arena.
La población reconoce el esfuerzo, pero también exige resultados. Aquí radica una de las grandes antítesis de su mandato: la imagen del alcalde cercano, que conversa en la plaza, frente a la realidad de una ciudad donde mucha gente sigue temiendo salir de noche.
2. El oro verde y sus contradicciones
El aguacate, orgullo y dolor de Uruapan. Genera empleo, riqueza y proyección internacional, pero también tala ilegal, acaparamiento de agua y violencia por el control de huertas. Carlos Manzo ha intentado tender puentes con pequeños productores, defendiendo sus derechos frente a los grandes consorcios.
Ha promovido ferias agrícolas, apoyos técnicos y mejores canales de comercialización. Busca que el “oro verde” no se concentre solo en unos cuantos bolsillos. Pero aquí la ironía es cruel: mientras él reparte apoyos a microproductores, los cárteles siguen cobrando cuotas y dictando reglas en muchas huertas. Es como repartir semillas en un terreno que otro ya cercó con alambre de púas.
3. La cultura como raíz y refugio
Si la seguridad y la economía son trincheras ásperas, la cultura es un terreno fértil donde el del sombrero ha cosechado más simpatías. Ha defendido las tradiciones purépechas, apoyado a los artesanos, impulsado festivales y recuperado espacios para actividades artísticas.
Aquí su sombrero encuentra un eco simbólico: no es solo un accesorio, sino un puente con la identidad campesina y originaria de la región. Los ciudadanos sienten que hay un esfuerzo por dignificar lo propio, por recordar que Uruapan no es solo violencia y aguacates caros, sino música, danzas, bordados y sabores que merecen trascender.
4. La obra pública pequeña pero visible
En contraste con administraciones que apostaban por megaproyectos —muchas veces inconclusos—, Carlos Manzo ha optado por obras más modestas: pavimentación de calles, alumbrado en colonias olvidadas, rehabilitación de canchas deportivas.
Puede sonar mínimo, pero en barrios donde antes caminar era un acto de fe, una lámpara nueva equivale a un milagro. El problema, claro, es que esas obras no transforman la estructura de fondo. Son como curitas en un cuerpo herido, útiles para detener el sangrado, insuficientes para sanar la enfermedad.
5. El diálogo comunitario
Uno de sus sellos ha sido abrir espacios de consulta y participación vecinal. Reuniones en colonias, mesas de trabajo con jóvenes, mujeres y productores. Esa insistencia en escuchar ha consolidado su imagen de alcalde del pueblo.
El riesgo está en que, al multiplicarse las voces, también se multiplican las demandas. Y un presidente municipal, por más sombrero que cargue, no puede resolver todas las carencias de un municipio tan vasto y golpeado como Uruapan.
Las luces y las sombras de su mandato
El del sombrero no es un político tecnócrata ni un operador frío de cifras y presupuestos. Su capital político está en el contacto humano. Esa es su luz. Pero su sombra aparece en la dificultad para transformar esa cercanía en soluciones estructurales.
El pueblo lo quiere porque camina entre ellos, pero también lo critica porque los problemas persisten. Y esa contradicción, tan mexicana, es al mismo tiempo su mayor fortaleza y su mayor debilidad.
Un personaje, no solo un presidente
Carlos Manzo se ha convertido en un personaje. El apodo lo acompaña en cada esquina, entre la ironía y el afecto. “El del sombrero” no es solo un alcalde: es un vecino peculiar, un símbolo viviente de lo que la gente espera —y lo que no logra obtener— de sus gobernantes.
En cierto sentido, ha devuelto a la política un rostro humano, aunque limitado. Porque gobernar en Uruapan es como remar en aguas turbulentas: el mérito no está en llegar lejos, sino en mantenerse a flote.
Conclusión: el sombrero como espejo
De aquí a 2027, el juicio popular seguirá oscilando entre la simpatía y la decepción. Al final, lo que quedará de Carlos Manzo R. será menos su lista de obras y más su estilo de gobernar. El sombrero será recordado como un espejo: reflejó la esperanza de un pueblo que quería sentirse acompañado y también la impotencia de un líder que no pudo cambiarlo todo.
En un país fatigado de políticos distantes, su figura tiene algo de refrescante, aunque no sea redentora. Y quizá, en tiempos donde la desconfianza es norma, que un presidente municipal sea visto como “uno de nosotros” ya es, de por sí, un acto político revolucionario.
Porque si algo nos enseña Uruapan con “El del sombrero” es que la política no siempre se mide en presupuestos o estadísticas, sino en la memoria afectiva de un pueblo que recuerda más al que caminó entre ellos que al que se encerró en un despacho.